Guimaraes

Hace sol, ¿Quedará atrás el invierno? Me parece que se va a quedar, Italo Calvino nunca será un mal referente. Vamos a Guimarães, capital europea de la cultura y cuna, según dicen, de la nación portuguesa allá por el S. XII.

Llegar ahora a Guimarães desde Vigo es fácil, con la nueva red de autopistas, vista la web de la capitalidad, apetece llegar, sus vecinos han derrochado un gran entusiasmo a partir de su lema “tú eres parte” como se puede apreciar desde su web y comprobar, al hacer el recorrido por sus calles, todos tienen en la fachada el emblema del corazón convertido en caja, customizado en función de lo que ofrece la tienda, con pastas si es una pastelería, con rulos y peines la peluquería y así hasta llegar a los azulejos de la Pousada de Sta. Marinha.

Accediendo por la zona de circunvalación se llega a una amplia plaza, bien urbanizado el Lago dp Toural, fuera de lo que en su día debió de ser el recinto amurallado, con buena arquitectura en su entorno y el pavimento portugués de adoquines haciendo ondas. La Oficina de Turismo está en una de sus callejuelas, de diseño, la gente amable y los materiales que te ofrecen buenos. Como en Portugal, europeos ellos, comen pronto, pues lo primero será comer en un buen restaurante, somos turistas ilustrados, así que llevamos recomendación: Oriental Un lugar de diseño en un edificio rehabilitado en la plaza, con cocina tradicional y un toque de modernidad, después de un incidente con Samur incluido, comemos bien con sobremesa alargada.

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El paseo lo empezamos, por las dos plazas encadenadas, desde la de Nossa Senhora do Oliveira por un soportal, uno de los espacios públicos más bonitos que conozco, en el primero la Iglesia y el baldaquino gótico sobre el cruceiro que conmemora la batalla del Salado y la segunda la de Santiago es un espacio en pendiente, con arquitectura popular en sus bordes. Estos espacios han cambiado mucho, una vez que fueron urbanizados son atractivos lugares de encuentro en los que se dispersan las terrazas.

Rápidamente al Castillo, origen de la importancia de la ciudad, una fortaleza a medio arreglar, con unas magníficas vistas sobre el entorno y que claro, cierra a las 17,00 horas, menos mal que en Portugal andan con una hora de retraso, sino…… En su frente hay un espacio que cuando se termine de urbanizar será sin duda agradable con sus espacios bien relacionados con una topografía difícil que arropa la ermita de San Miguel y el Palacio de los Duques de Braganza.

Ya más relajados cumplidos los deberes con la cultura, toca callejear, entrar aquí y allí en los pequeños locales, habitualmente bien rehabilitados aprovechando las preexistencias, añadiendo diseño, incorporando nuevos materiales, con una estética minimal que acompaña bien una oferta creativa de jóvenes, donde el diseño va desde la transformación y recuperación de la cerámica tradicional, joyitas, personalización de zapatos, complementos diversos, pequeños juguetes, en fin espacios para perderse y caer en tentación.

Es el momento de ir a Vila Flor un nuevo centro cultural, en el recorrido las fábricas hoy cerradas, la crisis ha podido con el gran desarrollo que experimentó el textil en Guimarães. La primera sorpresa, al llegar a vila Flor es la plaza que se ha creado, un gran espacio presidido por un palacio del XVIII, en barroco clásico portugués, frente el nuevo edificio obra del Estudio Pitágoras se sitúa retrasado, se trata de una volumetría muy clara de cuerpos mezclados, paralepídos asentados en una plataforma con un amplio soportal, lateralmente una superposición de planos acristalados y el edificio nace del terreno natural en pendiente, una gran pradera da acceso a la cafetería en el sótano, que contrasta con el jardín en terrazas a la italiana del palacio, del que hay que resaltar la enfilada de esculturas en piedra en su fachada lateral.

Del jardín lo más impresionante, es una glorieta con ocho camelios que la cubren a modo de cúpula impidiendo ver el cielo, ahora están en flor en todo su esplendor.

Vuelta al Lago do Toural, ya se está poniendo el sol haciendo brillar las monteras, esos pintorescos lucernarios que rematan las escaleras en numerosos edificios en el Norte de Portugal. A la Pousada de Sta. Marinha, hay que ir en coche siguiendo un intrincado camino que conduce a la colina en la que se sitúa y desde donde se domina una magnífica vista de la ciudad. Instalado en un antiguo Convento responde al patrón de las Pousadas portuguesas con un buen mobiliario y decoración de época, decadente y muy silencioso es un buen lugar para tomarse un té después de un largo día.

Hay que dejar para otro día un centro en las afueras, que deber ser una buena muestra de la adaptación de una antigua fábrica textil para su conversión en un centro multicultural con un pomposo nombre a la portuguesa: Centro para los Assuntos da Arte e Arquitectura.