No está mal, sigue siendo invierno por San Juan, está claro que cambiar el encabezamiento era una equivocación, llego a Oporto una mañana desapacible y lluviosa. Aeropuerto nuevo, transparente y luminoso un “no lugar” indiferenciado más, cómodo fácil de usar y conectar con el metro, que lleva directo al centro, me paso de parada en lugar del nudo central de Trinidade me bajo en Bolhão, lo que me permite pasar por el antiguo mercado, tan decadente como el resto de la ciudad, dos alturas con galería, versión capitalina del popular y colorido de Madeira.
Había olvidado las cuestas, las de Vigo, parecen rampitas, el hotel, céntrico, el más antiguo de Oporto reza la fachada. Arquitectura decimonónica y amable, todo verde pastel y blanco haciendo dibujos, buen mobiliario de época. Una tipología curiosa, tres patios rectangulares, con montera y paralelos a fachada. Se desarrolla en profundidad con un patio al fondo y un jardín lateral. Espacios comunes que contribuyen a la fluidez del espacio. Lo olvidaba, es el Gran Hotel de Paris y lo de gran me recuerda la pequeña ducha 70×70, con 30 cm. para entrar ¡¡Uf!!.
De ahí al Congreso Heritage 2012 con un día de retraso, en la Casa das Artes un edificio rehabilitado al final de la Rúa das Flores engalanado para el San Juan, patrón de Oporto. El edificio bien rehabilitado, con algún toque de diseño en el uso de los materiales, tiene en la planta baja un restaurante, en apariencia de “new cuisine” y alguna tienda de diseño atractiva.
El Congreso, numeroso, mejor organizado de lo que cabía esperar, dadas las cinco secciones, los 200 ponentes y la falta de nombres de moderadores en el programa. Disciplina rigurosa, “papers” variables, con un predominio de la protección del patrimonio, un desajuste de vez en cuando entre el objeto de cada sección o topic. Calidad media y cosas muy interesantes como las preguntas acerca de la sostenibilidad que se hacia el filósofo al que escuche el primero, la comida como motor de desarrollo rural de una elegante ponente, la metodología planteada en una ciudad serbia para la mejora de la percepción de los ciudadanos con relación al patrimonio o la de análisis de la costa australiana y su deterioro desde la participación ciudadana, impartida por un ¿arquitecto? muy satisfecho de sí mismo. Seleccionadas éstas entre las que oí.
Los restaurantes bien elegidos para esparcir vida en el entorno, buena comida sin excesos, desde el restaurante popular al de diseño, con una grata sorpresa en la rehabilitación del Mercado de Ferreira Borges, estricta conservación en el exterior y un interior sobrio y bien planteado con carpas de acero corten como tiendas, sala de espectáculos y restaurante, con un interesante espacio central, valga la redundancia por su espacialidad, una propuesta rotunda y clara, de la que desconozco el nombre de los arquitectos.
Las actividades sociales, perdidas las del primer día, son un paseo bajo la lluvia hasta el Museo del Vino y una sesión de “geocatching”, algo así como una ginkana a la búsqueda del tesoro por la ciudad. El tercer día muy completas, primero: la visita a una bodega: “Companhia Velha” como no podía ser menos en Oporto, sorprende su tipología se podría decir idéntica al recuerdo que tengo de las jerezanas, hasta en el uso del color. Paseo en barco por el Duero, lo que nos permitió ver la ordenación del borde del río que yo creía de Solá Morales, pero al parecer éste lo que ha hecho es un centro comercial en Matosinhos, como tuvo a bien sacarme de mi error Robert Terradas, un profesor catalán, con cuadernillo bien organizado de lo que hay que ver cuando se sale de casa. Vimos de cerca y en detalle el Kiosko de Cristina Guedes y otro y desde el agua el otro Kiosko de los mismos arquitectos en la Ribeira, ambos en acero inox, sobrios y ligeros el primero con el “leiv motiv” de los paneles de abejas y el segundo con las velas de lona.
Para entonces, ya había salido al sol y pudimos disfrutar el paseo, ver en todo su esplendor el puente de Eiffel con su doble tablero y su gran arco, precursor de los de la base de la torre parisina, como nos contaron sus paneles a lo largo de su escalada.
De remate gran Real de San João, antes de fecha, pero todo no se puede tener. En una bonita Quinta, son buenas sardinas y un Rancho folklórico muy bueno y entregado, tocaron, cantaron y bailaron y tuvieron pendientes a los congresistas, sobre todo a los orientales, para los que debía ser todo muy sorprendente, los instrumentos, los ritmos, los trajes….
De arquitectura contemporánea poca, poca, los Congresos no dan para andar de paseo, vislumbradas las estaciones de metro de Soto de Moura, funcionales y limpias. Repensada la Casa de la Música al pasar por debajo, o recordado el Museo Serralves, más por la antigua villa, que me recuerda a la Quinta de los Molinos de César Cort o la magnífica villa milanesa Necchi Campinglio (Portaluppi) bien recreada en “Io sono l’amore”, coetáneas todas, arquitectura “decó” por ponerles un adjetivo, cuidadas en los materiales y en su uso, diseños exquisitos desde los panelados de ricas maderas a las escayolas o los herrajes.
Hubiera estado bien ir a Leça da Palmeira en tren para ver de nuevo las piscinas o la Casa del Chá, ahora en obras, de Siza Vieira pero el tiempo es el que hay.
Se me olvidaba recoger una tradición popular que me pareció encantadora y que me permitió colocar en su lugar esos rechamantes muñequitos portugueses, “bonecos” de coloridos restallantes y difíciles de ubicar fuera de contexto. En Oporto se hacen las Cascadas de San Juan, acompañadas de coplas, el ayuntamiento hacia este año un concurso y las cascadas en variadas interpretaciones se mostraban en los escaparates desde las modernas casi deconstructivistas a las más tradicionales, como la espectacular por el número de figuras del hotel ¿Qué es una cascada? Pues la representación de la vida cotidiana, los trabajos en el campo, las fiestas populares, las procesiones, las plazas y sus actividades, recogidas de forma sincrónica para San Juan, ahí mis orquestas de músicos-silbatos y sus caretos tienen cabida.
En una escapada entre actividad y actividad recorrí el barrio de la Sé, calles minúsculas, pendientes excesivas, arquitectura magnífica en plena decadencia, suciedad, miseria y el colorido de la ropa tendida, pintoresquismo de postal que oculta el fracaso de una sociedad que en un día fue rica y tenía proyectos. Poca actividad rehabilitadora después de aquella euforia que en 1993 nos llevo a hacer un recorrido sobre actuaciones “modélicas”, de las que hoy sólo recuerdo el lavadero. Muy buena la rehabilitación de la “Casa dos Infantes” para Museo, integrando la piedra, la recuperación de la estructura de madera con las vigas, más troncos de árbol que viguería y una buena incorporación del acero en escaleras, pavimentos y refuerzos. Sin el exceso de la Casa das Artes en las que el acero hace estructura y tabiquería con una solución muy alemana fría y rígida.
Fin de viaje, jornada de pleno sol ¿entra por fin el verano? Para no perderme, la jornada social, pierdo el coffe break, para ir al Convento de San Francisco, previsto para la tarde. Sólo se visita la iglesia romanico-gótica enmascarada por la escultura dorada, más rococó que barroca, que los ricos comerciantes de Oporto regalaron a los franciscanos para obtener el derecho de ser enterrados en ella. Un auténtico derroche de columnas, rejas, frutas e imágenes, especialmente interesante un grupo escultórico que representa el sueño de David. Pero en realidad nada que ver con el delirio de la iglesia de Tepozotlan, mucho más exuberante y viva y más brillantes los oros, de hacer una foto con flash te deslumbrarías. En realidad tranquilidad y una austeridad desbordada por las exigencias de la época frente al barroco sin control de las tierras más cálidas.