Copenhague

A decir verdad nuestro viaje en Dinamarca no empezó en Copenhague, sino en un pequeño pueblo de pescadores al lado de su aeropuerto llamado Dragor y que iba a ser nuestra base de operaciones. Como llegamos de noche nos limitamos a explorar la casa, el jardín, enterarnos de que teníamos una mascota, un conejo sin nombre, un invernadero que regar a cambio de tomates, aprender las prolijas reglas de la selección de basuras, días y lugares de recogida, además de aprender a hacer el compost y ya nada más que cenar y dormir que no es poco para un aterrizaje.

Al siguiente día lo primero aprovisionarnos, en un supermercado nada sostenible, la temperatura por debajo de los 18º y eso siendo generosos, menos mal que a la salida regalaban un café calentito. A partir de aquí reconocimiento de la urbanización, interesante su ordenación en torno a un gran espacio público, recorridos peatonales separados, una cierta priorización de la bicicleta, que los indígenas no utilizaban mucho, puestos a exagerar, casi había mayor presencia de caballos, y una buena disposición de la sección de calle y aparcamientos.

Lo anterior de camino hacia el autobús para ir a Copenhague, paradas enfrentadas y como no, elegimos la contraria, subsanado el error descubrimos lo que ya sospechábamos, todo el mundo habla inglés o sea ningún problema con el conductor, previamente nos habíamos provisto de coronas danesas. El trayecto no era largo y ya nos adentraba directamente en el centro de la ciudad, una ciudad de la que las únicas imágenes previas que tenía eran las fugaces introducciones de “La cortina rasgada” y “Topaz” de Hitchcock.

Íbamos a descubrir, al más puro estilo turistas, primero Kingsprince un espléndido parque urbano con grandes praderas de césped que cada cual disfrutaba a su modo, tomando el sol, haciendo picnic, jugando a diversos juegos o disfrutando tranquilamente del paseo. Este parque da frente a Rosenborg  que es uno de los tres palacios urbanos y guarda las joyas de la corona.

 

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 De ahí a Nivhan el canal más típico de Copenhague, con sus coloridas fachadas y una multitud en sus bordes disfrutando del paseo o de las terrazas, tiene un encanto especial dada la proporción del espacio y la fuerza de los colores, que aparecen contrastados. Siguiendo el borde del agua llegamos al Teatro Real obra de Lungaard&Tranberg, una caja acristalada con un cuerpo ciego como remate y que da frente a lo que denominaban, al menos en el momento que estuvimos, como playa, un espacio pavimentado en madera con sillas y alguna terraza en la que la gente tomaba el sol, muy animada cuando pasamos. Hay que reconocer que el tiempo ayudaba.

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Más adelante una plaza en el que acababa de concluir un espectáculo callejero, un espacio bien tratado con una imagen muy urbana, en la que tiene una gran importancia la pavimentación, el mobiliario diseñado para el lugar y la disposición de la edificación de una manera muy fluida, llegamos así al “showroom” de Audi, una carpa blanca a modo de onda acristalada, en la que acababan de hacer la presentación de un nuevo modelo. Como se puede observar un cúmulo de actividades reunidas, ya que este edificio daba frente a un museo de figuras de arena muy elaboradas que, por supuesto se visitan.

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Pasamos por Amalienborg, un eje, perpendicular al mar, va desde la Iglesia de Mármol al nuevo Teatro de la Ópera, cruza la plaza octogonal del S. XVIII, en la que se sitúa la estatua ecuestre de Federico V, su promotor. La plaza bordeada de palacios y pabellones de menor altura que remarcan las entradas, es un espacio sereno, muy bien compuesto en el que el paso del tiempo no parece haber dejado huella.

De ahí, bordeando el frente marítimo nos fuimos acercando al Kastellet una fortificación bien cuidada, con unos taludes ajardinados hacia el foso, es un espacio público que fundamentalmente utilizan los turistas y los daneses haciendo “footing”.

 

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El objetivo era ¡claro está! ver la Sirenita y hacernos la correspondiente fotografía.

Al lado, un falso Mies van der Rohe, falso pues no está reseñado en ningún lugar, pero su parecido con el Crown Hall de Chicago es innegable, tanto en el acceso como en el despiece de la fachada. Cumplidos los deberes, vuelta a Dragor.

La segunda jornada la dedicamos a la carretera costera de Oresund, el recorrido en coche es precioso, no sólo por el contacto con el mar sino también por las magníficas casas en sus bordes. Casas de recreo que tanto son tradicionales como responden a los modelos de las casas francesas o inglesas de los balnearios del Canal de la Mancha. Paisajísticamente es irreprochable.

La primera parada la hicimos en Kumbelaeck, para ver Louisiana, un Museo de Arte contemporáneo creado en 1958 por un particular, lo que como pudimos comprobar más tarde es tradición en Dinamarca. El museo dedicado en primera instancia al arte danés fue cambiando hasta poseer una magnífica colección de arte internacional, de la que nos tentaba especialmente su colección de escultura y por ello habíamos decidido ir: Henry Moore, Calder, Arp, Marx Ernst, Dubuffet… sus obras en el jardín, están muy bien dispuestas, dialogan entre ellas en el espacio verde y Henry Moore como ¡no! está enfrentado al mar, situado a una cota más baja, viéndose sólo el horizonte. En el interior una gran colección de Giacomettis, colocados en solitario o en grupos sus hombres y mujeres marchan sobre fondos blancos o el jardín.

 

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Al museo se entra por una villa, no sé porque me recordó el Peggy Gugenheim de Venecia, el “merchandising” interior pronto disipaba la impresión. El edificio se concibe integrando arte y naturaleza a partir de la ampliación de la casa original, proyectada por los arquitectos Jorgen Bo y Wilhebn Wohlert, estos lo fueron ampliando en años sucesivos acompañando al Museo en su expansión, más tarde, se incorporó el también arquitecto Claus Wohlert. Es una obra que se adapta muy bien a un terreno en pendiente, juega con planos acristalados y ciegos, los recorridos son muy claros y permiten enfatizar las obras por las que el museo siente especial orgullo como algunas de Asger Jorn o las esculturas de Giacometti.

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Pronto se demuestra que la magnitud de la colección no se podía disfrutar en el tiempo de que disponíamos y más cuando para nuestra sorpresa se celebraba una tentadora exposición: “Nórdico nuevo. Arquitectura e Identidad” en la que no sólo había imágenes sino también pequeñas instalaciones cuyos autores, no necesariamente artistas, reflexionan sobre la identidad nórdica y cinco prototipos de casas, uno por cada país, muestras contemporáneas de una tradición que plantean identidades singulares, aceptando la premisa de la existencia de una identidad nórdica. Al lado en una abigarrada sala, se mostraban en planos, maquetas y fotos de proyectos realizados. Con todo, quizás la parte más atractiva era la dedicada al espacio público como espacio para la comunidad, espacios y ambientes para disfrutar con arquitectura innovadora en sus bordes. Mostrada básicamente con fotografías o reproducciones digitales, en un montaje muy atractivo en el que la luz jugaba un papel fundamental.

De nuevo fuera nos acercamos al Jardín del Lago, un jardín umbrío a una cota muy baja, que fue, al parecer en tiempos de guerra, un elemento defensivo y en cuyos bordes aparecen más o menos visibles cinco pabellones, su ubicación me llevó a pensar en la cabaña de Laugier, pero no, eran el resultado de un concurso celebrado en 2001 para diseñar Kolonihaven, como denominan a las parcelas para cultivo con un pabellón de una superficie máxima de 7 m2, nuestros huertos urbanos. Éstos nacieron como huertos para la clase trabajadora, supongo que una tradición protestante, yo sólo conocía los planteados a partir del S. XVIII en los poblados obreros ingleses por la iglesia o almas caritativas ante la precariedad de la vida de los mineros.

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De entre las propuestas presentadas se construyeron cinco, una caja de cristal de Perrault, una cabaña-templo de Rossi, una colorista y expresionista de Kleihues y dos fusionadas con la naturaleza, propuestas por Ralph Erskine y Heikkrinen-Kamonen.

Una rápida vuelta a la colección y un descubrimiento: la colección de dibujos y gouaches constructivistas cedidos por una norteamericana, Celia Ascher y de nuevo a la carretera, mucho más ilustrados de lo que habíamos entrado, camino de Helsinor.

Íbamos a ver el castillo de Hamlet, un decir, el castillo de Kronborg es un palacio renacentista en el borde del mar, pero se cruzó por el camino Utzon y ya no puedo ser.

Así, siguiendo a alguien parecido al flautista de Hamelin pero sin flauta recorrimos el pueblo, era un hombre que interactuaba con la gente, planteándoles situaciones imprevistas conforme avanzaba por el pueblo. Como quien no quiere la cosa, en la oficina de turismo, aparte de decirnos cuál era la mejor heladería, nos habían dado un mapa, con una cruz marcada con displicencia al oír Utzon, ¡más arquitectos!, debió pensar con resignación la chica, aunque luego nos busco amablemente en Internet el otro edificio del que teníamos vagas noticias, y al que llegamos después de abandonar a nuestro hombre.

Un edificio de atención primaria, sobre una plataforma, aún hoy, cincuenta años después estaban urbanizando su frente, se trata de un bloque exento en altura, alternando franjas, en las que una pequeña inclinación de los bloques blancos da una plasticidad orgánica al alternar con la rígida carpintería negra.

 

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Y a partir de aquí por una calle en pendiente bordeando un bosque llegamos a las “Casas patio” de Utzon, una pequeña urbanización con tres ejes en fondo de saco, en la que las casas en ladrillo pardo se van solapando, desplazándose unas con relación a las otras, de volúmenes simples, austeras e interiorizadas, sus huecos son pequeños y escasos y no permiten desde fuera hacerse a la idea de cómo es el interior. No había mucha gente, pero una segadora haciendo ruido fue la señal, un habitante tal vez generoso nos dejaría ver su casa. La mujer, en traje de faena, nos vio llegar, nos escuchó, nos preguntó si no habíamos hablado con nadie, se fue a lavar las manos y nos dejó entrar. La casa efectivamente volcada a un patio resuelve al tiempo iluminación y privacidad, se sitúa en paralelo al patio de otra casa, se desarrolla funcional y clara con materiales tradicionales, sólo el baño estaba modernizado y el garaje sustituido por una sauna, el salón-comedor-cocina tenía un mobiliario nórdico impecable, madera clara laminada,  de líneas sencillas, con la apariencia de confort que le caracteriza. La señora la mostraba con auténtico orgullo.

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Al salir pensé que no estaría de más analizar esta propuesta inserta en un bosque, conjuntamente con las casas patio de Sert, las de Mies y porque no las de Sejima, pero esa sería otra historia.

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De vuelta al pueblo, nuevo intento de ver el castillo, pero sólo llegamos al moderno centro cultural, buena nueva arquitectura nórdica. Hay que decir que por el camino nos fueron retrasando el ensayo de unos músicos en un barco y una casa de cristal de colores, en la que al final comprendimos lo que ocurría, estábamos en medio de un festival, un Fringe a pequeña escala. En la casita dos actrices representaban o más bien compartían textos de Hamlet con las dos personas que cabían en la casita. Ante tantas expectativas y tanto fracaso hamletiano decidimos tomar un helado y ver el programa radiofónico de las “Brunnettes” en un patio, era una excelente opción para acabar el día, los años cincuenta entraron en nuestras vidas, con la actuación de tres chicas fantásticamente caracterizadas y con un guión cien por cien americano, mientras caía la noche.

Llegamos así a nuestra tercera jornada en Copenhague, dedicada íntegramente a Orestad, un desarrollo urbanístico al Sureste de la capital en la isla de Amager, se trata de un nuevo desarrollo de una gran extensión 600 m. x 5,00 km., a lo largo de la reserva natural de Kaluebod Faelled. Está bien situado en relación con la ciudad, la Universidad y el aeropuerto, pretende completar los servicios de la Universidad, define un importante Centro de Negocios (80.000 empleos), un centro de Convenciones, el Belle Center, posee el mayor centro comercial de Dinamarca y al tiempo aparecen un importante número de viviendas, que en la fase final serán 20.000. Todo el conjunto está servido por una línea de metro moderno que en sus seis paradas permite recorrer todo el conjunto y poner a la nueva ciudad en contacto con el centro en diez minutos.

La nueva ciudad se plantea al igual que la actuación de Nordhavnen, entre las expectativas de crecimiento de Copenhague, por el CPH City Port Development, una corporación de desarrollo pertenece un 55% a la ciudad de Copenhague y el 45% al estado danés. Así se convoca en 1994, un concurso internacional que ganan COBE, Sleth Modernisin, Poliform and Rambell, hoy Danish-Finnish-ARKKI.

Diseñan una amplia superficie de agua y naturaleza, un tercio de la superficie son parques y áreas verdes, en las que un canal discurre recto o serpentea en dirección N-S, se presenta así  como una ciudad, aún hoy en ejecución, los tiempos en la creación del espacio urbano son largos, en la que unas infraestructuras adecuadas, una calidad arquitectónica elevada y un fácil acceso a la naturaleza la harán atractiva para la instalación de nuevos residentes y negocios.

 

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Empezamos por el Belle Center, en el que junto con el Centro de Convenciones, bajo las aspas de un molino eólico, se sitúa un hotel con un juego de volúmenes quebrado y una fachada definida en triángulos en blanco y azul, se trata del edificio más alto construido hasta ahora y referente en todo el conjunto, aparecen además una serie de edificios de oficinas, en los que constructivamente se hace patente el uso de nuevas tecnologías.

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Nos dirigimos después hacia la zona de la Universidad y lugar del inicio del canal. El primer edificio de nueva construcción al que nos dirigimos fue a la Residencia de Estudiantes de Lungaard&Tranberg, se trata de un edifico circular en torno a un jardín, los servicios comunes están en planta baja y las habitaciones o apartamentos aparecen en módulos, dispuestos aleatoriamente, esa es la percepción aunque es de esperar que respondan a un programa preestablecido que no se percibe desde el exterior, se trata de un edificio más abierto hacia el interior que en su fachada, algo oscura. Aparece lateralmente al canal que estructura todo el diseño de la implantación, en la que destaca, como ya queda dicho, la importante superficie de suelo dedicado a los espacios libres y la calidad de la urbanización.

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Continuando con nuestro recorrido el siguiente edifico que llama nuestra atención son las oficinas de la Radiodifusión danesa, obra de Jean Nouvel, se trata de un conjunto de volúmenes prismáticos bien conectados entres sí, de los que destaca el que se enfrenta al canal con su doble piel de hormigón impreso y grandes telones azules que se pliegan a voluntad para dosificar la iluminación o facilitar los accesos.

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Las distancias exigen coger el metro, así que nos dirigimos hacia el centro comercial, una pequeña vuelta por el centro de negocios y directos a los edificios más espectaculares y conocidos de la actuación. Empezamos por la biblioteca, un edificio discreto en el conjunto, de ladrillo claro se va escalonando en la medida que lo exige la rampa exterior que lo bordea y de

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allí a la estrella. El edificio VM de Bjarke Ingels Group+ Julien De Smedt, sus espectaculares balcones triangulares le dan una gran expresividad al tiempo que hablan de las dificultades estructurales y de la formación de Ingels con Rem Koolhas, es más reposado hacia el interior en donde las viviendas se muestran en fachada con  tipos variados que van modificándose.

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El siguiente, se sitúa al borde de un canal secundario más ligado al espacio natural es un edificio escalonado, la fachada oscura aparece una montaña de madera en la que las cubiertas de las viviendas son verdes.

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Más adelante otro edificio escalonado The Mountain Dwellings, diseñado de nuevo por BIG, con una montaña grafiada en su fachada de aluminio, de nuevo al exterior se muestra una variedad de tipos de viviendas y al igual que en los edificios anteriores se hace una gran énfasis en el diseño tanto de la modulación de las fachada y el uso de los materiales como en los grafismos y colores empleados. Hay que decir que el color adquiere una gran importancia en el conjunto. Posiblemente para enfrentarse e identificarse bajo los cielos grises del Norte.

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Volvemos hacia los edificios de oficinas próximos a la biblioteca, edificios interesantes como propuestas de investigación en el tipo de oficinas y en la resolución de sus servicios como los aparcamientos o la configuración de espacios públicos a un nivel distinto de la calle.

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En conjunto se trata de una actuación en los que temas como la sostenibilidad parecen estar en la base de la misma, pero hoy por hoy parece falta de vida, su gran dimensión en relación con la población de Copenhague puede tener que ver, las grandes distancias, las enormes superficies de espacio verde le restan vida urbana, si bien hay que decir que aún existen grandes espacios vacíos y se sigue trabajando en la urbanización por lo que habrá que darle un voto de confianza.

Así llega la hora de volver al pueblo, Dragor nos espera. Se trata de un pueblo de pescadores que salvo las urbanizaciones que aparecen en sus bordes ha debido cambiar poco desde el siglo XVIII, como podremos comprobar más tarde en un cuadro de la Gliptoteca, salvo por los rellenos y muelles que dan cabida a la actividad pesquera y al amarre del gran número de yates y cruceros que allí atracan y le dan animación. Esta actividad justifica un comercio  especializado y cuatro restaurantes, fuera de lugar si no llegaran al puerto un número importante de barcos y gente de un cierto nivel adquisitivo. Una inmensa pradera se abre lateralmente  al mar precedida por una fortificación, a la que no llegamos, retrasados primero por un concurso de  baile con música de los años sesenta y magníficos bailarines  y más tarde con una magnífica puesta de sol.

 

Hamburgo

Pocos días en una ciudad exigen la elección de un hotel cerca de un medio de transporte así que si se quiere estar en el centro la estación del tren está bien, lo que  no equivale a que el barrio sea el más conveniente y así nos ocurrió. El hotel en la línea minimal, bien, el desayuno bien pero la vecindad pues ya se sabe lo mejor de cada casa, eso sí al lado de una comisaría para mayor seguridad. Bien es verdad que con acudir a la oficina de turismo, lo que siempre es recomendable, descubrimos que sólo nos habíamos confundido de calle, la del hotel la Steínstransse la paralela la Lange Reihe pues resulta que define un zona animada con restaurante estupendos, tiendas de diseño y gente variada haciendo vida de barrio, así que con cambiar el recorrido todo resuelto.

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La primera tarde, apenas nos dio tiempo de ver el centro, ya estaba oscureciendo y por lo tanto con las tiendas cerradas, sólo echar un ojo al magnífico ayuntamiento gótico-renacentista, a los canales y al atractivo borde del río.

El segundo día a la caza y captura de… Dirán ustedes que de arquitectura con nombre por fin, pues no, tocaban coches, bueno un museo, pero lo del tren no parecía la mejor solución, la flexibilidad de la red no servía para el recorrido planificado, pero la estación seguía siendo una buena idea, ¿dónde alquilar un coche con la máxima comodidad si no?.

Primera parada no prevista, un Museo de Molinos en Gifhorn, desde la carretera prometía y como parque temático es espléndido. Un amante de los molinos ha reunido una colección, en muchos de los casos se pueden ver los distintos sistemas de todo el mundo insertados en un paisaje muy bien construido, funcionamiento y hay un pequeño centro de interpretación con sus maquetas y unas notas explicativas en idioma bárbaro, bueno y algún otro. Una grata sorpresa para empezar el recorrido turístico.

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Después al Museo de la Volkswagen en Wolfburg, la entrada decepcionante una gran nave industrial sin ningún carácter distintivo, la entrada no mejora un largo pasillo con paneles en blanco y negro a ambos lados, de frente la historia de la fábrica y en el reverso los carteles de propaganda desde su origen, permiten darse cuenta en la continuidad de la empresa. La publicidad sólo ha cambiado a lo largo de la historia en las imágenes que incorpora pero no en el formato. Al final del pasillo ya estás convencido que la mejor forma de presentar esta empresa es así sin estruendo, el coche para el pueblo alemán no necesita más. La impresión viene cuando a través de una puerta sin importancia entras en una gigantesca nave y aparecen los coches de serie, junto a los de diseño de escasa difusión, en los que Ghia se luce en todo su esplendor,  a los de élite y a  tres coches para el futuro realmente espectaculares, las DKV en todas su versiones y los escarabajos a través de su fabricación y uso en los lugares que se fabricó como en México o Brasil y un emocionante modelo en el que aparecen escritos los nombres de todos los trabajadores de la fábrica a lo largo del tiempo para celebrar su cincuenta aniversario. Después del recorrido ya se pueden imaginar, una hamburguesa en Mc Donald’s.

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La tarde se remata en Bremen, una ciudad tradicional alemana a la que íbamos atraídos por el cuento de los músicos de Bremen para no encontrar ni una mala escultura que nos lo recordase o alguien que nos refrescase la memoria, porque el cuento no nos lo sabíamos. La ciudad bombardeada en la SGM y reconstruida no exigiría mayor tiempo, si no fuese por su plaza central. Una plaza irregular en pendiente en torno al ayuntamiento un buen edificio civil gótico con un excepcional gablete con ventanas y esculturas que lo enfatizan, al lado, una espléndida iglesia que, como correspondía a la hora, estaba cerrada pero con un grupo escultórico historiado en la fachada magnífico. Un descubrimiento: el borde del río, al que se llega desde la plaza por un callejón, un “revival” de principios del XX, construido en ladrillo y en cuyos bordes se alinean tiendas de diseño y restaurantes de época.

El borde del río está  bien ordenado, en una secuencia urbana llena de restaurantes populares, claramente alemanes, entre los que destacaba el Casino, una zona de renovación urbana en torno a las antiguas instalaciones portuarias desaparecidas y un parque verde muy poco intervenido lo que era su mayor interés. Cena en el callejón en un restaurante de los años treinta recargado de fotos y carteles de  izquierdas, estilo y comida tradicional.

Pensar en Hamburgo es pensar en su puerto. Aún cuando se haya vivido en un puerto y se conozcan unos cuantos pensar en los grandes siempre supone una cierta emoción, recuerdo al impresión de Rotterdam la primera vez en medio de la llovizna, los grandes barcos y sobre todo la acumulación de contenedores, apilados en largas fila con sus cientos de colores y los nombres de los grandes transportistas impresos a lo largo y ancho de los muelles, difícil pensé no admitir que Rem Hoolhas sólo podía provenir de allí, más tarde ya rematadas las grandes actuaciones llevadas a cabo para su ampliación y regeneración sigue causando la misma impresión (ver www.urban-e.es), aumentada por su urbanidad.

Volviendo a Hamburgo, ver su puerto era el objetivo del viaje iniciado al principio del verano. Siempre pensé en este puerto enfrentado al mar, pues no es así, se estructura a lo largo de kilómetros en la desembocadura del río Elba. El mejor modo de conocerlo es subirse a un barco y hacer el recorrido a lo largo de los recovecos del puerto entrando y saliendo de las distintas dársenas en las que una frenética actividad da idea del movimiento de mercancías que allí se hace, hermosas y potentes máquinas suben y bajan contenedores en la calma creada por una rutina precisa.

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Pero lo que de verdad interesa es la transformación que el puerto está sufriendo en contacto con la ciudad y como una y otro se influyen mutuamente y en el caso de Hamburgo donde mejor se expresa es en Hafen City, nueva ordenación de los bordes de agua, nuevos edificios en los que conviven viviendas y oficinas, nuevas técnicas constructivas incorporadas y zonas verdes liberadas de todo exceso y los grandes almacenes y estructuras portuarias rehabilitadas. Como no llevábamos nada localizado pues no queda más que reseñar la alta calidad de la arquitectura y del espacio generado.

Bajamos del barco en el Mercado del Pescado, una de las atracciones turísticas de la ciudad, si eres capaz de madrugar el domingo, y desde allí una pequeña incursión al barrio de Altona y sus magníficas viviendas burguesas, llegamos a través de un parque en el que se alza el grandioso y pesado monumento a Bismarck viendo de lejos la iglesia de San Michaele a la que deberíamos haber subido para tener una perspectiva de la ciudad, lo que no hicimos por ir a un agradable parque lleno de ciudadanos aprovechando los claros entre las nubes cada vez más negras.

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Esa tarde fuimos a Lübeck, el hogar de los Budenbrook uno de los mejores libros que haya leído nunca y en los que la presencia de la ciudad es tremendamente intensa, decepción ante el museo una instalación moderna sin referencias en un edificio antiguo. A la ciudad antiguamente amurallada se entra por una pesada puerta que da idea de la importancia que en su día tuvo la ciudad, aquí lo primero y tal como mandan los cánones subimos a la iglesia de… para observar al perspectiva del centro urbano, percibiendo muy, muy a lo lejos el puerto que dio importancia a la ciudad. Una magnífica plaza en la que conviven distintos estilos arquitectónicos centra el conjunto histórico articulándose con la iglesia de Santa María, que aparece lateralmente, la ciudad mucho más homogénea y armoniosa que Bremen, el dulce típico de la ciudad es el mazapán que venden en pintorescas tiendas. Por cierto, si algún día quieren sentirse invisibles no tienen más que sentarse en el café de la plaza, el tiempo transcurrirá plácidamente sin que nadie le pregunte porque o para que está allí. Vuelta a Hamburgo y cena en un restaurante de cocina fusión chino-italiano, bien decorado y a un precio razonable.

Ya el cuarto día, primera parada para conseguir una tarjeta de transporte familiar a un precio de lo más asequible 29 €uros para todo el día y todos los transportes para tres personas. Objetivo ver una exposición de Tony Cragg en un sitio alejado de al ciudad, primero el metro y luego un largo paseo por una antigua urbanización, la exposición en una antigua propiedad con una villa a la italiana delante de la que se extiende una gran pradera verde que permite divisar al fondo el río que no el mar, siempre presentido pero nunca visto en el tiempo que permanecimos en Hamburgo.

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La propiedad perteneció a un escultor expresionista que da nombre a la fundación que ahora la administra: Ernst Barlach y al que conocimos en este lugar, sus esculturas realistas estaban expuestas conjuntamente con las de Cragg. En el manual que Taschen dedica al expresionismo aparece en primer lugar. El pabellón de exposiciones aparece en medio de los edificios, es un pabellón blanco de una planta, con una puerta al centro, es obra de Werner Kallmorgen, muy luminoso, presenta una continuidad espacial solo alterada por pequeños desniveles, girando en torno a un patio, los espacios de servicio a la entrada, una pequeña librería y un pequeño café. Nunca ha sido Cragg santo de mi devoción pero hay que reconocer que las obras expuestas tienen un gran atractivo, su dinamismo les da una gran expresividad, que contrastada con el realismo algo torturado de las mujeres, obreros y apóstoles de Barlach le dan un valor que justifica el interés por su obra.

Después el Botánico, al pie de la estación de metro a la que llegamos, es un parque de ordenación libre, tiene un alto interés, las especies y los jardines temáticos se suceden, los letreros se leen bien y las plantas y los árboles tienen ya su tiempo y están bien rotulados, resulta especialmente interesante el jardín de piedras.

Vuelta a la ciudad para una última vuelta por Hamburgo, una buena comida en la plaza de Grossneumarkt y la compra de lo antes oteado, antes de coger el avión hacia Copenhague.