México D.F.

Un viaje por repetido no deja de ser interesante, siempre hay novedades. En primer lugar descubriremos que en México también es invierno y hace frío, no tanto como en nuestras latitudes pero los 0º tampoco son raros, eso sí la temperatura se compensa a lo largo del día y a veces se excede.

El primer día Santa Fe una nueva ciudad, al Sur, edificios modernos en los que prevalece el cristal, conviviendo oficinas y viviendas de lujo con viviendas pobres colgadas en las laderas, como siempre en el peor lugar. La cita en la Ibero, una universidad privada en un campus modélico en diseño y mantenimiento, en fin de semana pocos alumnos pero salvo eso la impresión es que el ambiente no debe cambiar mucho.

Al día siguiente un giro de 360º, vamos a Tepito, un área difícil, donde termina el centro histórico regular, subimos desde Tacuba animada como siempre y entramos primero en el mercado de la Lagunilla, en su zona exterior el inicio de un gran tianguis (mercado tradicional al aire libre), en el que luego nos adentraremos y en que el mayor interés está en los muebles, alguno de buen diseño, bien ejecutado y conservado y ya antigüedades de toda época y condición, un Rastro animado en el que no parece haber muchas transacciones pero tampoco importa. Tepito es un mundo abigarrado y confuso soportado por una trama en apariencia legible pero que necesita un guía para moverse por ella. Allí apareció el primer contrabando de la modernidad, las radios, los televisores, las ruedas y demás repuestos de los autos, ahora la droga y el comercio en general, mayormente ropa, nueva y de segunda mano y un mercado,  allí viven cuarenta mil personas dentro de unas fronteras bien defendidas, dedicadas al comercio.

Entramos en una vecindad reconstruida después del terremoto de 1985, bloque alineados en paralelo, de tres plantas con colores vibrantes a la moda del Centro Histórico, en donde las combinaciones de color provienen, en apariencia, más de la disponibilidad de pintura que de un programa de adecuación estética. Pese a la fama la sensación de peligro no se hace presente, posiblemente por ir acompañados de un indígena, la condición de tepiteño es un hecho identitario en relación con el resto del distrito federal y esta condición genera  solidaridad, protección y defensa contra el exterior.

La comida relajada, una vez cruzado el Zócalo, en el Café Mayor, en la azotea de la editorial Porrúa, enfrentada al Templo Mayor y a la Catedral, buena comida y uno de los lugares con mejores puestas de sol de la ciudad. Paseando la iglesia de La Enseñanza un lujo barroco, por otra parte una de tantas en este país, en la calle Madero.

La mañana siguiente cálida, pide algo de turismo, La Ciudadela y sus artesanías y un poco de cultura: la Biblioteca de Balderas (México José Vasconcelos), la cuidada restauración de un edificio militar por Legorreta, en un  recorrido ritual por sucesivos  patios, hasta llegar al de los aromas que precede a la biblioteca para invidentes de Mauricio Rocha, que esta vez nos explica un amable bibliotecario junto con el trabajo que hacen allí. Salida a la pequeña alameda, recoleta con su fuente central, un auténtico espacio público disfrutado en actitudes

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diversas. Más tarde me enteraría que allí bailan los domingos danzón veracruzano auténticos expertos, con sus zapatos de brillantes colores, dicen que hacen falta ocho meses para aprender, los vi de lejos el domingo siguiente.

Un intento fallido de entrar en el Palacio  de Chapultepec, los lunes los museos cierran, un paseo, un autobús pero hacen falta monedas y así un taxi y de nuevo al centro a comer tacos en el “Huequito”. Luego, el plato fuerte del día, ya por la tarde, la biblioteca de Vasconcelos de Alberto Kalach, exteriormente austera, interiormente un derroche de espacio, un gigantesco recinto luminoso, con una imagen de ciencia ficción. Plásticamente es muy potente con unos cuerpos geométricos avanzando hacia el espacio central, con las estanterías casi aéreas, bien rotuladas y visibles, la impresión es que con solo pedir un libro éste llegará mágicamente a tus manos. En el espacio central está  Matrix Móvil, un esqueleto de ballena flotando entre los libros, obra de Gabriel Orozco.

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No parece un lugar con un alto nivel de ocupación, justificado por el espacio exterior, que no se puede decir que urbanísticamente sea una cierto, situada como está en una encrucijada en la que confluyen la estación de cercanías de Buenavista y su  centro comercial, una línea de metrobús, un gigantesco edifico público sin ocupar con una enorme playa de aparcamiento vacía y al lado de  un barrio de dudosa reputación ¿de dónde pueden salir unos usuarios relajados?, el nivel bajo de la iluminación nocturna también disuade. Tiene un aparcamiento subterráneo lo la convierte en un “mall” de la periferia.

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De ahí al paraíso Gandhi a comprar discos y libros, me habían hablado de un comic popular que narra la vida de la ciudad de México cuando no era una megaciudad, se trata de “La familia Burrón” me hice con un tomo y de paso compré: “La travesía del desierto” una narración corta y encantadora de Emilio Pacheco, reciente premio Cervantes, que cuenta la infancia de un niño a través e sus vivencias en la colonia Roma.

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El próximo acontecimiento son dos visitas, la Casa-estudio de Barragán y el Anahuacalli nacido de la colaboración de Diego Rivera con O’Gorman, para albergar las piezas arqueológicas del primero  junto con algunos bocetos de sus murales. La casa de Barragán se visita previa cita y pago, guiada, en nuestro caso, por un muchacho hablador y reivindicativo y buen conocedor de lo que muestra. La casa espacialmente merece la pena, está llena de sorpresas, compresiones-descompresiones, soluciones constructivas inesperadas, que refuerzan el carácter del proyecto, la escalera mil veces fotografiada, el diseño de las ventanas y contras en un juego geométrico muy atractivo en el que el número de oro ¡cómo no! está presente, existe una fuerte relación entre la casa y el jardín y para rematar el enorme espacio del estudio, sin olvidar los muebles propios o comprados a diseñadores como Clara Porset , llama la atención la peculiar manera de colgar los cuadros o la biblioteca, hoy puesta al servicio de los investigadores.

El Anahuacalli es muy diferente, nada de claridad, expresivo y duro, por fuera da la impresión de una cueva oscura, algo siniestra, los rituales de los antiguos mexicanos no dan seguridad. La impresión al entrar es fantástica, huecos de paso trapezoidales como la entrada del laberinto de Micenas y la iluminación reducida a aquella que dejan las escasas y rítmicas aperturas cerradas con alabastro. En las paredes cientos de estatuillas de barro, toltecas, olmecas, chichimecas, aztecas…. bien contra la pared de basalto de los gruesos muros, bien en fondos blancos para resaltar  la expresividad de las figuras que tanto hablan de culto como de vida cotidiana. La parte baja, más ciega, habla del inframundo, la intermedia de la vida terrenal, hasta llegar a la azotea, el paraíso. La representación de la práctica totalidad de las culturas prehispánicas en su ambiente. La impresión es muy fuerte. Los bocetos se sitúan en una amplia sala con un gran ventanal, su trazo firme, decidido y seguro refuerza la impresión de estar ante una fuerza de la naturaleza cuando se habla de Diego Rivera.

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De allí a la UNAM al Centro Cultural, diseñado en su día por Teodoro González de León, en torno a la prestigiosa sala Nezahualcóyotl, sede de la orquesta universitaria alrededor de la que aparecen teatros y auditorios. Comemos en Azul y Oro, un buen restaurante con chef de lujo, Ricardo Muñoz Zurita,  que tiene allí la sede de su escuela de hostelería. El conjunto está emplazado en la reserva ecológica de la universidad, 100 has., de territorio casi virgen dentro e la ciudad, donde se pueden encontrar especies autóctonas en apariencia sin contaminar, creando un paisaje de marrones y verdes grisáceos que es preciso ver y recorrer para apreciar debidamente desde nuestra percepción europea.

La joya del conjunto edificado es ahora el MUAC, Museo Universitario de Arte Contemporáneo, también obra de González de León, se trata de un edifico bien implantado en un terreno alomado, con pequeñas vaguadas que se incorporan al proyecto. La entrada, me recuerda  la de la Fundación Beyeler, la obra de Renzo Piano, quizás no sean tan semejantes, sin embargo creo que los edificios conceptualmente se parecen. De éste destacar su integración en el terreno y su urbanidad en la plaza, los patios blancos y el voladizo en este momento ocupado por una instalación en homenaje a David Bowie.

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Después del museo, la fiesta de noche en  la plaza de Garibaldi, remodelada, ordenada y ajardinada con diversos agaves plantados en una tierra oscura, acertados en el juego de su ordenación, más duras, más redondeadas, más flexibles, las plantas crean un nuevo paisaje, al igual que en el entorno de la catedral, liberada de ambulantes, donde los planteles sirven de pedestal al templo reforzando la austeridad de su volumetría. Volviendo a Garibaldi, se parece y no se parece a la que conocí en otra ocasión, ahora aún con las casas rehabilitadas, la iluminación y los bancos adecuados a su nueva urbanidad, sigue habiendo el bullicio de los mariachis y turistas y una novedad: el Museo del Tequila, que merece la pena visitar, tanto por su diseño como por  lo que ofrece, una tienda con una interesante celosía-estantería-puerta, un museo con visita guiada sobre la historia del tequila y el metzcal y una sala de exposiciones a punto de inaugurar una exposición sobre el danzón con fotos de Cristina Khalo, sobrina de Frida. Por ponerle un pero cierra el espacio público ocultando la calle, pero un buen tequila con un espectáculo ameno en su cubierta merece la pena.

En la mañana del sábado toca de nuevo arquitectura, la operación urbanística de Plaza Carso y el conjunto formado por los tres edificios estrella, el Soumaya de Fernando Romero, el Jumex de David Chipperfield y el Teatro Cervantes de García Abril. Lo más nuevo el Jumex, es fácíl entender el revuelo causado en la prensa por esta obra rotunda, con un volumen sobrio contrastando con los otros dos, un edificio muy cerrado en el que lo que prima es el espacio expositivo interior. La última planta que es la que alberga la colección que da origen al museo, dosifica bien a la luz a través de lucernarios en dientes de sierra y permite apreciar bien la colección en la que no falta ningún nombre relevante hasta está una de las espeluznantes cabezas de Damien Hirst. Es un buen edificio, sencillo, elegante y silencioso entre el ruido visual de su entorno.

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El otro elemento al que prestar atención hoy es el teatro, subterráneo, del que en superficie sólo aparece la taquilla y una terraza bajo un parasol en acero de una gran belleza y magníficamente ejecutado, sus líneas rectas son un contrapunto eficaz a la fantasía del Soumaya.

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Una vuelta por el mercado de San Juan, que mantiene su sabor, pero poquito a poco va yendo hacia el mercado de San Miguel, tapas y vida social, pero sin diseño, un mercado con una nueva oferta sin olvidar a sus clientes tradicionales.

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Completando el día, una visita a San Idelfonso a ver: “El pasado revelado. La maleta de México” una espléndida exposición de los negativos de la guerra española de Gerda Taro, Robert Capa y Chim Seymour, largo tiempo perdidos y ahora recuperados, contextualizados con algún documental entre los que está “Las maestras españolas de la República”,  al que le han dado un Goya en su última cita.

 Después la exposición del Palacio Iturbide: “Arquitectura de México 1900-2010”. Excelentemente montada, más o menos por décadas, hay planos, documentales y unas maquetas muy bien realizadas y expuestas, todo ello contextualizado con muebles,  pinturas y publicaciones diversas. Ciento sesenta arquitectos, presentan su obra dando una panorámica de una arquitectura que evoluciona muy bien, integrándose en la modernidad desde la primera arquitectura ecléctica y decó de arquitectos extranjeros, a su plena asimilación del movimiento moderno con muy buenos ejemplos,  hasta la arquitectura de los novísimos como Norten o Kalach. Pena que no estuviera el Catálogo, hay que esperar hasta marzo.

El domingo es La Candelaria y hay que ir a bendecir al Niño, engalanado para la ocasión con un traje nuevo, esta tradición se refiere al Niño Jesús que nacido desnudo se viste para ese día a lo que se añade la fiesta pues, también es tradición que en el roscón de reyes se ponga un niño y quien lo encuentre tiene que invitar en la Candelaria a tamales. Fuimos a Coyoacán donde un gentío disfrutaba de la feria del tamal y a ver al bendición, una fiesta popular en la que hombres, mujeres y niños llevan su Niño desde, minúsculos a enormes a bendecir, luego le compran sus flores y sus velitas para acompañarlo a su vuelta a casa, donde se instala en un trono.

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Para cerrar el viaje una visita mágica, necesidad  nacida de los tiempos del colegio y de las postales antiguas, Tula, una cita con la cultura tolteca. La visita se inicia en un pequeño museo, con pocas piezas que hacen un recorrido por una forma de vida y las creencias y cultos de los toltecas. Al exterior la visita se inicia con el juego de pelota, del que solo queda el campo,  bien explicado por el guía, hasta se puede seguir el juego para saber que al final al ganador se le sacrifica para dar su corazón en ofrenda  propiciatoria.

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La plaza central es de dimensiones enormes, como en todas las culturas mexicanas que conozco, aparece libre rodeada de pirámides escalonadas y el palacio quemado, que como el ágora o el foro romano, servía como lugar de reunión, centro administrativo y de poder y comercial, hoy es sólo un bosque de columnas. La columnas también preceden a modo de peristilo a la pirámide mejor conservada, desde cuya base vislumbramos el objeto de la visita: los atlantes de Tula, la pirámide aún está en parte cubierta por placas en relieve que narran historias en viñetas, serpientes aladas  y  felinos se aproximan y se separan, con un significado ritual. Las placas se apoyan en unas piezas acuñadas en los muros, hoy liberadas de su función producen un curioso efecto en su regularidad.

Subimos, inclinados como se corresponde, para acceder a la meseta en la que se sitúan los atlantes, estos con los brazos caídos, hieráticos y serenos, con la mariposa en el pecho como  escudo, son de una gran belleza.

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La comida en el pueblo, provinciano y tranquilo, animado por la gente disfrutando del día festivo, la alameda con un colorido palco de música popular. La catedral se sitúa en un recinto amurallado con almenas, en una plataforma elevada sobre el viario circundante, en su interior el atrio es un jardín geométrico,  la iglesia- fortaleza está coronada de almenas, es una sorpresa, se trata de una iglesia de fachada sobria, renacentista y en su interior gótica tardía, por fin una iglesia no barroca. Forma parte de un antiguo convento franciscano con un pequeño claustro y una fachada, encalada con recercados en piedra, su imagen claramente responde al momento de su fundación 1553. Fin del viaje por este año.