Oporto

No está mal, sigue siendo invierno por San Juan, está claro que cambiar el encabezamiento era una equivocación, llego a Oporto una mañana desapacible y lluviosa. Aeropuerto nuevo, transparente y luminoso un “no lugar” indiferenciado más, cómodo fácil de usar y conectar con el metro, que lleva directo al centro, me paso de parada en lugar del nudo central de Trinidade me bajo en Bolhão, lo que me permite pasar por el antiguo mercado, tan decadente como el resto de la ciudad, dos alturas con galería, versión capitalina del popular y colorido de Madeira.

Había olvidado las cuestas, las de Vigo, parecen rampitas, el hotel, céntrico, el más antiguo de Oporto reza la fachada. Arquitectura decimonónica y amable, todo verde pastel y blanco haciendo dibujos, buen mobiliario de época. Una tipología curiosa, tres patios rectangulares, con montera y paralelos a fachada. Se desarrolla en profundidad con un patio al fondo y un jardín lateral. Espacios comunes que contribuyen a la fluidez del espacio. Lo olvidaba, es el Gran Hotel de Paris y lo de gran me recuerda la pequeña ducha 70×70, con 30 cm. para entrar ¡¡Uf!!.

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De ahí al Congreso Heritage 2012 con un día de retraso, en la Casa das Artes un edificio rehabilitado al final de la Rúa das Flores engalanado para el San Juan, patrón de Oporto. El edificio bien rehabilitado, con algún toque de diseño en el uso de los materiales, tiene en la planta baja un restaurante, en apariencia de “new cuisine” y alguna tienda de diseño atractiva.

El Congreso, numeroso, mejor organizado de lo que cabía esperar, dadas las cinco secciones, los 200 ponentes y la falta de nombres de moderadores en el programa. Disciplina rigurosa, “papers” variables, con un predominio de la protección del patrimonio, un desajuste de vez en cuando entre el objeto de cada sección o topic. Calidad media y cosas muy interesantes como las preguntas acerca de la sostenibilidad que se hacia el filósofo al que escuche el primero, la comida como motor de desarrollo rural de una elegante ponente, la metodología planteada en una ciudad serbia para la mejora de la percepción de los ciudadanos con relación al patrimonio o la de análisis de la costa australiana y su deterioro desde la participación ciudadana, impartida por un ¿arquitecto? muy satisfecho de sí mismo. Seleccionadas éstas entre las que oí.

Los restaurantes bien elegidos para esparcir vida en el entorno, buena comida sin excesos, desde el restaurante popular al de diseño, con una grata sorpresa en la rehabilitación del Mercado de Ferreira Borges, estricta conservación en el exterior y un interior sobrio y bien planteado con carpas de acero corten como tiendas, sala de espectáculos y restaurante, con un interesante espacio central, valga la redundancia por su espacialidad, una propuesta rotunda y clara, de la que desconozco el nombre de los arquitectos.

Las actividades sociales, perdidas las del primer día, son un paseo bajo la lluvia hasta el Museo del Vino y una sesión de “geocatching”, algo así como una ginkana a la búsqueda del tesoro por la ciudad. El tercer día muy completas, primero: la visita a una bodega: “Companhia Velha” como no podía ser menos en Oporto, sorprende su tipología se podría decir idéntica al recuerdo que tengo de las jerezanas, hasta en el uso del color. Paseo en barco  por el Duero, lo que nos permitió ver la ordenación del borde del río que yo creía de Solá Morales, pero al parecer éste lo que ha hecho es un centro comercial en Matosinhos, como tuvo a bien sacarme de mi error Robert Terradas, un profesor catalán, con cuadernillo bien organizado de lo que hay que ver cuando se sale de casa. Vimos de cerca y en detalle el Kiosko de Cristina Guedes y otro y desde el agua el otro Kiosko de los mismos arquitectos en la Ribeira, ambos en acero inox, sobrios y ligeros el primero con el “leiv motiv” de los paneles de abejas y el segundo con las velas de lona.

Para entonces, ya había salido al sol y pudimos disfrutar el paseo, ver en todo su esplendor el puente de Eiffel con su doble tablero y su gran arco, precursor de los de la base de la torre parisina, como nos contaron sus paneles a lo largo de su escalada.

De remate gran Real de San João, antes de fecha, pero todo no se puede tener. En una bonita Quinta, son buenas sardinas y un Rancho folklórico muy bueno y entregado, tocaron, cantaron y bailaron y tuvieron pendientes a los congresistas, sobre todo a los orientales, para los que debía ser todo muy sorprendente, los instrumentos, los ritmos, los trajes….

De arquitectura contemporánea poca, poca, los Congresos no dan para andar de paseo, vislumbradas las estaciones de metro de Soto de Moura, funcionales y limpias. Repensada la Casa de la Música al pasar por debajo, o recordado el Museo Serralves, más por la antigua villa, que me recuerda a la Quinta de los Molinos de César Cort o la magnífica villa milanesa Necchi Campinglio (Portaluppi) bien recreada en “Io sono l’amore”, coetáneas todas, arquitectura “decó” por ponerles un adjetivo, cuidadas en los materiales y en su uso, diseños exquisitos desde los panelados de ricas maderas a las escayolas o los herrajes.

Hubiera estado bien ir a Leça da Palmeira en tren para ver de nuevo las piscinas o la Casa del Chá, ahora en obras, de Siza Vieira pero el tiempo es el que hay.

Se me olvidaba recoger una tradición popular que me pareció encantadora y que me permitió colocar en su lugar esos rechamantes muñequitos portugueses, “bonecos” de coloridos restallantes y difíciles de ubicar fuera de contexto. En Oporto se hacen las Cascadas de San Juan, acompañadas de coplas, el ayuntamiento hacia este año un concurso y las cascadas en variadas interpretaciones se mostraban en los escaparates desde las modernas casi deconstructivistas a las más tradicionales, como la espectacular por el número de figuras del hotel ¿Qué es una cascada? Pues la representación de la vida cotidiana, los trabajos en el campo, las fiestas populares, las procesiones, las plazas y sus actividades, recogidas de forma sincrónica para San Juan, ahí mis orquestas de músicos-silbatos y sus caretos tienen cabida.

En una escapada entre actividad y actividad recorrí el barrio de la Sé, calles minúsculas, pendientes excesivas, arquitectura magnífica en plena decadencia, suciedad, miseria y el colorido de la ropa tendida, pintoresquismo de postal que oculta el fracaso de una sociedad que en un día fue rica y tenía proyectos. Poca actividad rehabilitadora después de aquella euforia que en 1993 nos llevo a hacer un recorrido sobre actuaciones “modélicas”, de las que hoy sólo recuerdo el lavadero. Muy buena la rehabilitación de la “Casa dos Infantes” para Museo, integrando la piedra, la recuperación de la estructura de madera con las vigas, más troncos de árbol que viguería y una buena incorporación del acero en escaleras, pavimentos y refuerzos. Sin el exceso de la Casa das Artes en las que el acero hace estructura y tabiquería con una solución muy alemana fría y rígida.

Fin de viaje, jornada de pleno sol ¿entra por fin el verano? Para no perderme, la jornada social, pierdo el coffe break, para ir al Convento de San Francisco, previsto para la tarde. Sólo se visita la iglesia romanico-gótica enmascarada por la escultura dorada, más rococó que barroca, que los ricos comerciantes de Oporto regalaron a los franciscanos para obtener el derecho de ser enterrados en ella. Un auténtico derroche de columnas, rejas, frutas e imágenes, especialmente interesante un grupo escultórico que representa el sueño de David. Pero en realidad nada que ver con el delirio de la iglesia de Tepozotlan, mucho más exuberante y viva y más brillantes los oros, de hacer una foto con flash te deslumbrarías. En realidad tranquilidad y una austeridad desbordada por las exigencias de la época frente al barroco sin control de las tierras más cálidas.

Paris

¿Paris bien vale una mojadura espectacular? Una vez que has ido para ver la Torre Eiffel con la importante misión de subir la escalera a pie, pues la respuesta es que lo dudo. Pero no hay que desanimarse, siempre habrá algo que hacer, lo primero el Hotel donde un ser bronco y desagradable nos esperaba para animarnos, obligarnos a pagar antes de ver la habitación magnífica, algo menos de 8,00 m2, dos camas de 70 cm. y eso sí una magnífica vista a las Arenas de Lutecia, desde la que a la noche podríamos disfrutar de un colorido espectáculo. Previamente recordamos a Astérix que es lo justo.

Así que hacia el Louvre a ver la Gioconda, la Victoria de Samotracia y la Venus de Milo y lo que hubiese por el camino. Gran cola bajo la lluvia, menos mal que la compra de un paraguas disuade al agua. Dadas las circunstancias es mejor comer, no está mal la cafetería. Después lanzarse a la batalla, a por la Gioconda, donde un oriental te podrá utilizar como trípode alegremente. La ubicación ahora es mucho peor que la anterior, permite ver menos joyas en el camino, aún cuando queda algún Rafael, que no ha ido al Prado, buenos retratos italianos y como no, en la perdida por las galerías: Velázquez, Murillo y Zurbarán y en el retorno Ingres y David, preciosa Mme Récamier, o sea que ya podemos salir a la calle tranquilos.

Palais Royal, siempre hay que ir y estar un rato viendo como lo disfrutan los parisinos, a estas horas ya bajo el sol, aprovechando las numerosas sillas disponibles. Ver de nuevo la instalación de Buren, sigue sin gustarme, como no me han gustado sus pañuelos para Hermés en Madridphoto. Si me gustan en cambio los Anillos del muelle de Nantes en memoria de los numerosos esclavos que llegaron allí.

Después vuelta al camino recto, al gran eje Louvre-Gran Arche. Carrrousel, las esculturas de Maillol colocadas tan libremente a la francesa, hasta el primer estanque en el que hoy no hay veleros, sí cientos de turistas, menos mal que los jardines de las Tullerías son amplios, se rematan en una librería preciosa llena de libros de jardines y artículos “chic” de jardinería con alguna, muy leve a concesión al turismo.

Al llegar a la Pza. de la Concordia, ya hace un sol espléndido, así que iniciamos el ascenso de los Campos Elíseos, a esta hora parece una fiesta y un evento es lo que parece que hay en Citroën ¿nos dejarán entrar? Mais oui!, sólo es apariencia, una exposición de los coches presidenciales a lo largo de la historia y la posibilidad de hacerte una foto en olor de multitudes en el Tiburón de Charles de Gaulle. El edificio, ampliamente publicado merece la visita. Ya perdido el miedo pues Mercedes Benz y porque no Peugeot, algo hay que hacer para no agotarse antes de iniciar el ascenso del Arco de Triunfo. Desde arriba, se tiene una magnífica vista de la Plaza de la Estrella y las magníficas doce avenidas abiertas por el Barón Haussmann en su espectacular transformación de París. Está abierto hasta la noche así que se pueden ver sucesivos Paris a lo largo del día, desde la niebla matinal hasta la iluminación nocturna y ya tenemos localizada la Torre Eiffel desde diversos ángulos.

 

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Descendemos y mejor coger el metro hasta Nôtre Dame, el día ya va siendo largo. Es nuestro día de suerte, Nôtre Dame está abierta, hay un espectáculo de luz y sonido, hermoso con una proyección a modo de tapiz y un espléndido coro cantando en off y las magníficas vidrieras refulgiendo a la caída de la tarde.

Ya es hora de relajarse y que mejor que tener la fachada de Nôtre Dame y sus historias grabadas en piedra y sus gárgolas para recordar al Jorobado de Disney, siempre puedes esperar que cobren vida, pero en esta ocasión les gana la calle, un muchacho con una bola de cristal, la hace levitar en el aire, una música magnética te obliga a permanecer con los ojos fijos ante un espectáculo de gran belleza, en el que los movimientos flexibles y suaves del cuerpo acompañan a la bola hasta que la noche trae un espectáculo de fuego y la necesidad de la cena, boulevard Santa Michel, rúe de l’Harpe, hay donde elegir en medio de la animación y el ruido.

El segundo día Disney, no todo va a ser cultura, y vivir fuera de la realidad en un mundo perfecto y sin tiempo no es mala idea. Después de 20 años sigue tan impecable como el primer día. De camino el Jardín des Plantes, merece la pena, tanto la ordenación como los edificios y en su entorno antes de llegar a la Gard de Lyon, se puede apreciar como avanza la ordenación de los carriles bicis y como se va mejorando la red de alquiler.

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Tercer día. Llego el momento de cumplir objetivos, subir a la Torre Eiffel empaparse escalón a escalón de su historia, admirar los magníficos nudos y la tracería que la mantiene en pie y de nuevo Paris, esta vez a gran altura (324 m.) y entre la niebla. Por cierto si subes a pie no hay cola y es más barato y además como reto no está mal, la conclusión es que se puede hacer.

Fotos aéreas del Quai Branly, de nuevo a vueltas con Nouvel, de este edificio su implantación en el terreno, su fachada, la idea de las cajas coloreadas pero dentro, me pregunto ¿sí cambian las colecciones servirá el edificio? Pura retórica ya que no lo vamos a ver, otra vez será me gustaría ver la colección de Claude Lévi-Strauss y releer “Tristes trópicos”. Su muro verde de cierre de Pierre Blanc es eficaz pero lo realmente magnífico es el jardín de Gilles Clément ocupando toda la parcela. La vista del Trocadero, Palais Tokio para otra vez quedará volver a ver las magníficas maquetas de la parte alta.

Bueno pues si hay que seguir con arquitectura que menos que el metro para ir al Pampidou, nunca me ha gustado, pero hay que reconocer que ha generado un buen espacio público a su alrededor, excesivo y brutalista, sigue atrayendo a las gentes, cuesta pensar en el Piano ligero y sensible de los años posteriores como arquitecto del edificio, habrá que pensar que Rogers pesaba mucho. En cualquier caso es un referente de un momento en el que la arquitectura inicia su andar mediático.

Y es hora de correr, hay que coger el avión, de paso comprar las novelas para el verano, una librería estupenda: La Compagnie, unos empleados atentos y con ganas de aconsejar, está enfrente del Museo de Cluny y sus tapices del Unicornio que hoy no veremos. Es un buen lugar para dejar Paris, ahora que empieza a chispear.

 

Guimaraes

Hace sol, ¿Quedará atrás el invierno? Me parece que se va a quedar, Italo Calvino nunca será un mal referente. Vamos a Guimarães, capital europea de la cultura y cuna, según dicen, de la nación portuguesa allá por el S. XII.

Llegar ahora a Guimarães desde Vigo es fácil, con la nueva red de autopistas, vista la web de la capitalidad, apetece llegar, sus vecinos han derrochado un gran entusiasmo a partir de su lema “tú eres parte” como se puede apreciar desde su web y comprobar, al hacer el recorrido por sus calles, todos tienen en la fachada el emblema del corazón convertido en caja, customizado en función de lo que ofrece la tienda, con pastas si es una pastelería, con rulos y peines la peluquería y así hasta llegar a los azulejos de la Pousada de Sta. Marinha.

Accediendo por la zona de circunvalación se llega a una amplia plaza, bien urbanizado el Lago dp Toural, fuera de lo que en su día debió de ser el recinto amurallado, con buena arquitectura en su entorno y el pavimento portugués de adoquines haciendo ondas. La Oficina de Turismo está en una de sus callejuelas, de diseño, la gente amable y los materiales que te ofrecen buenos. Como en Portugal, europeos ellos, comen pronto, pues lo primero será comer en un buen restaurante, somos turistas ilustrados, así que llevamos recomendación: Oriental Un lugar de diseño en un edificio rehabilitado en la plaza, con cocina tradicional y un toque de modernidad, después de un incidente con Samur incluido, comemos bien con sobremesa alargada.

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El paseo lo empezamos, por las dos plazas encadenadas, desde la de Nossa Senhora do Oliveira por un soportal, uno de los espacios públicos más bonitos que conozco, en el primero la Iglesia y el baldaquino gótico sobre el cruceiro que conmemora la batalla del Salado y la segunda la de Santiago es un espacio en pendiente, con arquitectura popular en sus bordes. Estos espacios han cambiado mucho, una vez que fueron urbanizados son atractivos lugares de encuentro en los que se dispersan las terrazas.

Rápidamente al Castillo, origen de la importancia de la ciudad, una fortaleza a medio arreglar, con unas magníficas vistas sobre el entorno y que claro, cierra a las 17,00 horas, menos mal que en Portugal andan con una hora de retraso, sino…… En su frente hay un espacio que cuando se termine de urbanizar será sin duda agradable con sus espacios bien relacionados con una topografía difícil que arropa la ermita de San Miguel y el Palacio de los Duques de Braganza.

Ya más relajados cumplidos los deberes con la cultura, toca callejear, entrar aquí y allí en los pequeños locales, habitualmente bien rehabilitados aprovechando las preexistencias, añadiendo diseño, incorporando nuevos materiales, con una estética minimal que acompaña bien una oferta creativa de jóvenes, donde el diseño va desde la transformación y recuperación de la cerámica tradicional, joyitas, personalización de zapatos, complementos diversos, pequeños juguetes, en fin espacios para perderse y caer en tentación.

Es el momento de ir a Vila Flor un nuevo centro cultural, en el recorrido las fábricas hoy cerradas, la crisis ha podido con el gran desarrollo que experimentó el textil en Guimarães. La primera sorpresa, al llegar a vila Flor es la plaza que se ha creado, un gran espacio presidido por un palacio del XVIII, en barroco clásico portugués, frente el nuevo edificio obra del Estudio Pitágoras se sitúa retrasado, se trata de una volumetría muy clara de cuerpos mezclados, paralepídos asentados en una plataforma con un amplio soportal, lateralmente una superposición de planos acristalados y el edificio nace del terreno natural en pendiente, una gran pradera da acceso a la cafetería en el sótano, que contrasta con el jardín en terrazas a la italiana del palacio, del que hay que resaltar la enfilada de esculturas en piedra en su fachada lateral.

Del jardín lo más impresionante, es una glorieta con ocho camelios que la cubren a modo de cúpula impidiendo ver el cielo, ahora están en flor en todo su esplendor.

Vuelta al Lago do Toural, ya se está poniendo el sol haciendo brillar las monteras, esos pintorescos lucernarios que rematan las escaleras en numerosos edificios en el Norte de Portugal. A la Pousada de Sta. Marinha, hay que ir en coche siguiendo un intrincado camino que conduce a la colina en la que se sitúa y desde donde se domina una magnífica vista de la ciudad. Instalado en un antiguo Convento responde al patrón de las Pousadas portuguesas con un buen mobiliario y decoración de época, decadente y muy silencioso es un buen lugar para tomarse un té después de un largo día.

Hay que dejar para otro día un centro en las afueras, que deber ser una buena muestra de la adaptación de una antigua fábrica textil para su conversión en un centro multicultural con un pomposo nombre a la portuguesa: Centro para los Assuntos da Arte e Arquitectura.

Ginebra

Decidir ir a Ginebra con un objetivo claro: ir a Neuchâtel para ver el lugar de un concurso de ideas de urbanismo con una ola de frío glacial recorriendo Europa es tentar a la suerte, los trenes estarán “suprimés”, algo impensable en un país tan desarrollado y el objetivo se convertirá en un fracaso que exige tomar medidas.

Lo que corresponde en este caso es reinventar Ginebra, ya que los conocimientos del viajero no le servirán para mucho si no hubiese tomado precauciones, lo que es el caso. Así lo primero, una vez abandonadas las maletas en el hotel Crystal, al lado de la estación, por cierto la única muestra de arquitectura contemporánea a la que tendrá acceso, un edificio de cristal como su propio nombre indica en el que al material, utilizado de manera minimalista pero con efectividad, jugando con los colores acierta a crear espacios alejados de la frialdad que se supone. Bien, lo primero sería de acuerdo con Camilo Sitte buscar un mapa, un lugar alto y un buen restaurante.

El mapa es preciso conseguirlo en la Oficina de Turismo en el Pont des Machines enfrente de la isla de Rousseau, un lugar muy adecuado para pasar la tarde, cálido y lleno de materiales que te convencen de que vivir en Ginebra está muy bien. Pero para ir a una oficina de turismo no se hace un viaje. Se impone lo primero de todo ir a la Ópera por unas entradas para el ballet, aún no nieva, sólo hace frío, la Ópera está al lado del parque des Bastions en la parte más baja de la ciudad histórica, es un edificio decimonónico discreto, de volúmenes severos y austeros como toda la ciudad, no en vano Calvino vivió allí.

A partir de ahí hay que hacer honor a nuestra condición de arquitectos y urbanistas y por ello nos fuimos a la sala de exposiciones del Departament des Constructions et de l’Aménegement, donde se exponen los proyectos futuros, los que están en marcha y los ya ejecutados. Ofrece unas buenas publicaciones gratuitas entre las que destacan las fichas de los distintos proyectos ya ejecutados. Una gran maqueta de madera y otras parciales permiten ver el efecto de la nueva construcción e incorporan las ya ejecutadas, parece una buena manera de incitar a la participación pública.

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De ahí a por un chocolate bien calentito antes de iniciar la escalada, una vez cruzado el Ródano. El café Gilles Desplanches tiene un aspecto más neoyorquino que ginebrino, negra y blanca, techos y vidrieras altísimas y un toque de color para dar calor a lugar, junto con los chocolates y pasteles.

Así preparado, el viajero ya puede tomar la Grand-Rúe hacia la “ciudad alta”, subiendo lentamente y apreciando sus galerías, tiendas de antigüedades y la sobria arquitectura a uno y otro lado hasta llegar al Ayuntamiento y a los soportales de los cañones, que recuerdan la defensa frente a las tropas napoleónicas. Antes de torcer por Jean Calvin para llegar al Museo Barbier-Müller.

Museo en el que la exposición de magníficas máscaras justifica el que su homólogo esté en Barcelona en el barrio gótico al lado del Museo Picasso, muchas de las obras de Picasso serían imposibles de entender sin haber visto estas piezas, hermosas, potentes muy bien presentadas en un pequeño espacio, que lleva a recordar la magnitud del Quai Branly. La única obra que el viajero reconoce que le gusta de Jean Nouvel, bueno esto es exagerar un poco, el Auditorio de Lucerna le gustó desde el primer día con su gran voladizo sobre el lago, bueno y la Audiencia de Nantes tampoco está mal, como siga así el viajero acabará descubriendo que le gusta Nouvel aunque no le pueda perdonar el Reina.

De nuevo en la calle, hay que buscar un restaurante, aunque sea temprano para un español, pero que primero a la Catedral de San Pierre y su museo arqueológico, dada la hora cerrado, mi recuerdo de ésta está vinculado a mi primer concierto laico en una iglesia. Por el camino, hasta el Bourg-de-Four, la tienda de Caran d’Ache, sirve para pasar el rato, una tienda de gourmets de productos mediterráneos, alguna complementos algo “demodées”, para en la rúe des Chaudronniers llegar al vino caliente, sabía bebida de Europa Central, en un bar animado, gente joven matando el tiempo y periódicos disponibles.

La cena normal, pollito en “Chez ma Cousine” el lugar es pequeño y el ambiente pintoresco, viene en todas las guías. Luego al ballet, superada la primera decepción de que no sea en la Ópera, vamos Batiment des Forces Motrices, la antigua fábrica de electricidad, en medio del río. Es un edificio muy parisino Imperio, piedra, acero y cristal, muy bien rehabilitado, con unas condiciones ingeniosas de accesibilidad, las turbinas ocupando el espacio de vestíbulo compartido con la zona de estancia y cafetería. El teatro una caja de madera, a modo de mueble interior, funcional y cómodo con una boca de escenario amplia igual que el fondo. El espectáculo “Glory”, muy bien no sabíamos lo que era pero resultó ser el Gloria del Mesías de Händel reinterpretado con una música contemporánea, muy ajustada y atractiva, la coreografía muy bella en negro con manchas de color y por momentos muy espectacular con unas cualidades plásticas muy potentes, y de los bailarines que decir, pues lo que se puede esperar del Ballet de la Ópera de Ginebra. Sorpresa al salir, los grandes calderos de sopa que nos habían llamado la atención al entrar, calientes y están rodeados de gente, preparada para cenar, así que pudimos habernos ahorrado el esfuerzo de buscar un restaurante. Salimos, seguía sin nevar, el viento calmado, así que fue un agradable paseo hasta el hotel.

La mañana de domingo prometía y el bajo cubierta acristalado sobre los tejados de Ginebra, ofrecía un gélido y bonito espectáculo, los copos de nieve empezaban a cuajar, mejorando la imagen de los pequeños patios negros y tristes de cualquier ciudad europea, desarrollada con edificios entre medianeras y manzana compacta. El local bien acondicionado y el desayuno bueno así que no se podría pedir más.

Salimos, la nieve y la ventisca arreciaban, poca gente en la calle, el “Jet d’eau” inexistente, el lago Léman helado y los carámbanos colgando de los amarres, el parque del borde del lago, desapareciendo bajo la nieve al lugar que el reloj florido, veinte grados bajo cero son muchos, así que a paso ligero al Museo de Arte e Historia, un descubrimiento de pintores suizos como Valloton, al parecer una referencia para Edward Hopper,  alguna escultura interesante, pero pesado y decimonónico, se podría haber prescindido pero el barrio de villas que le rodea tiene interés, trama de cuadrícula con buena arquitectura de los años 20, bien resueltas las conexiones entre las colinas, que forman profundos valles, todo a escala urbana. Pasamos por el Parc des Bastions donde está el Muro de los Reformadores y las instalaciones de la Universidad, en la que un verano aprendí francés disfrutando.

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De ahí al MAMCO (Museo de Arte Contemporáneo y Moderno), una versión de la Casa Encendida de Madrid en un edificio industrial rehabilitado en parte para oficinas y en parte para el centro de carácter alternativo y con una muy buena exposición colectiva con nombres que seguro estarán en ARCO.

De nuevo  la calle, ha dejado de nevar, vino caliente en un local como el Gijón o el Comercial en sus buenos tiempos, repleto de carteles y gente variopinta de toda edad y condición, comida cerca la estación de Cornavin. Tren, aeropuerto, un fin de semana urbano como otro cualquiera sólo que a mil kilómetros de distancia de casa. Historia de un concurso fallido como hay muchos y eso que ideas había, pero ¿cómo hacer ciudad sin conocer el lugar y como respira su entorno?